31 de julio de 2012

Diario de un enfermo

25 de febrero

Me devora la fiebre. Ayer estuve escribiendo toda la tarde, toda la noche, rápidamente, frenéticamente. No paro, no sosiego, no duermo en estos momentos de laboriosa excitación. ¿Estoy loco? La cara se me inflama, el cerebro estalla, el cuerpo todo tiembla, la pluma corre vertiginosa, vibra, salta, tacha nerviosamente, rehace la frase, forcejea, lucha pertinaz y bravía... hasta que el período surge radiante y la sensación limpia y sugestiva queda grabada, cincelada.
¡Días crueles! ¿Hay dolor como éste? ¿Hay dolor como pensar a todas horas, a pesar de todo, contra todo, en el asunto indefinido del libro comenzado? Este eterno monólogo vocifera en mi cerebro, me excita, me enardece, me vuelve loco. Ya es la frase exacta que no encuentro, la remembranza de una actitud que quiero clavar en las cuartillas, la visión de un paisaje que quiero hacer visible y plástico... El trabajo cerebral persiste, obstinado, implacable. Dejo la pluma, me acuesto; el sueño se rebela; la imaginación trafaga; me levanto, tomo rápidamente una nota; hablo; ando, ando enardecido, alucinado..., y el monólogo devorador prosigue. La fiebre me consume, mis manos tiemblan: escrito cuartillas y cuartillas, cientos de cuartillas. La frase brota retorcida, atormentada, angustiosa, brutal, enérgica...
Pasa un día, dos, tres; la inanición me debilita, el insomnio me abate, el frío llega, la fiebre amengua. Caigo en un largo y profundo sopor; ni una línea puede escribir mi pluma desmañada y torpe. ¿Estoy loco? ¿Es ésta la fiebre del genio: acongojadora y placentera, deleitosa y amarga?

Diario de un enfermo, José Martínez Ruiz (Azorín)

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