18 de noviembre de 2012

La hora de la estrella

En la Universidad Cromática estamos teniendo bastante actividad. Hacemos ciclos de cine, algunos conciertos, estamos poniendo en marcha la biblioteca-intercambio... y tenemos el club de lectura. Este pasado sábado lo dedicamos a la novela de Clarice Lispector, La hora de la estrella.
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Sinopsis
“Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días. Pero estoy preparado para salir con discreción por la puerta trasera. He experimentado casi todo, aun la pasión y su desesperanza. Ahora sólo querría tener lo que hubiera sido y no fui”. Así se inicia la novela, que nos presenta a una voz narradora, perteneciente a un escritor que TIENE que contar una historia aunque todavía no sepa cuál es. Y nos cuenta la historia de Macabea, una chica anónima, insignificante, mugrienta, ignorante y sin ninguna clase de voluntad, que vive una vida más que mediocre en Rio de Janeiro. Y así conocemos a Macabea, en su pobreza económica y espiritual, mientras la voz narrativa nos va contando sus pensamientos o experiencias mientras va escribiendo su historia.

Valoración
No sé si llegaría a llamarle novela a este libro, porque es tan corto que me recordó a las nouvelle que leímos este curso en Literatura Francesa. En mi versión en pdf, la historia ocupaba apenas 50 páginas.
A pesar de eso, hay muchas cosas en este libro. No es una historia común, sino que, personalmente, se me fue reinventando poco a poco. Al empezar la voz narrativa la asocié a la propia Clarice Lispector, aunque luego vi que era una voz masculina, lo que me hizo replantearme todo. Luego, cuando empieza a hablar sobre Macabea parece que va a contar una historia con la que acabará confluyendo, pero así como avanzan las páginas fui viendo que no... que Macabea no es real. Y que lo que estaba leyendo era su nacimiento como personaje, del impulso casi visceral de la voz narrativa de crearla.
Las descripciones y la creación de los personajes es brutal. Clarice Lispector va trazando la vida y la rutina de Macabea con un lenguaje poético pero preciso, aparentemente simple pero profundamente poético. Hay frases y párrafos preciosos. Pero no por eso se transmite con menos precisión o claridad. Las imágenes son preciosas, las relaciones de conceptos también lo son, que complementan pero a la vez se contraponen a lo que es Macabea, su rutina, su falta de conciencia y voluntad.
Porque el personaje y la historia no es agradable. Macabea es un personaje insignificante, ignorante, anónimo... tanto que no se ve a sí misma como una persona plena. Sabe que es un humana, tiene su trabajo y tiene un cuarto que comparte con más gente. Pero la inteligencia, la esperanza, la voluntad y la alegría no son para ella, porque nunca nadie le ha demostrado o le han dicho que sean para ella. Se limita a existir, a seguir su rutina día a día sin plantearse nada más. Conoce a un hombre, miserable, ignorante, que por costumbre llama su novio y que por costumbre espera que le pida matrimonio.
No pretende ser, sin embargo, un libro feísta. En ningún momento se intenta buscar la belleza en la mugre o en el hambre de Macabea. Simplemente es. A veces parece que la voz narrativa la desprecia y otras veces dice que la ama. No se hacen más juicios sobre ella. No quiere transmitir nada más que su historia, solamente necesita crear el personaje y darle vida en las páginas, no quiere transmitir esperanza o desesperanza, no hay enseñanzas en el relato. Macabea es, y nada más.

Es un libro muy diferente a todos lo que he leído, sobre todo por la capacidad de ir reinventándose a cada poco, y por la precisión pero manera poética que tiene para describir y para formar los personajes. Fue mi primer contacto con Clarice Lispector, pero si tiene más novelas así, no será la última.

Nota
8 de 10

6 de noviembre de 2012

El pacto de ficción

Creo que todos los que vemos The Big Bang Theory (Big Bang traducido en España) recordamos una conversación que se mantiene sobre Superman: en una de las películas, Superman recoge al vuelo a Lois Lane, que está cayendo al vacío. Sheldon protesta porque si eso se diese, la fuerza de la caída más la fuerza de la subida, unidos a la dureza de los brazos de Superman, Lois Lane se cortaría en tres pedazos.
Sheldon puede aceptar la existencia de Superman, un ser venido del espacio que tiene superfuerza y que (con matices) puede volar. Sin embargo, no acepta que pueda recoger a una mujer en el aire sin matarla. Eso es el pacto de ficción: aceptar que algo extraordinario puede pasar, aunque tiene sus límites.
El pacto de ficción en sentido estricto es un pacto/acuerdo al que llega el receptor con el creador de una obra de ficción. El receptor acepta la existencia de algo que sabe de antemano que no existe a cambio de diversión o entretenimiento.
Todos sabemos que las novelas son obras de ficción, al igual que las películas, obras de teatro, series, etc. Es decir, aunque traten temas realistas o cercanos a nosotros, sabemos que son una invención y que no han pasado. Pero a cambio de la diversión, nos olvidamos durante un rato de que es “mentira” y la recibimos como si fuese el testigo de algo que pasó en realidad.
No solamente funciona con historias cercanas. Podemos llegar a aceptar la existencia de seres sobrenaturales, magos, animales mitológicos o fenómenos paranormales. Incluso podemos aceptar que existen otros mundos (La Tierra Media), o incluso universos con un funcionamiento diferente al nuestro (El Principito). ¿Por qué no también la existencia de universos paralelos al nuestro (Matrix)? Todos sabemos que es mentira. No existen los elfos, orcos, ángeles, vampiros, hombres lobo, telépatas; ni viajes en el tiempo, a través del espacio, ni hay habitados otros planetas... pero como nos hacen disfrutar, nos olvidamos de eso para poder disfrutar de las otras cosas que se cuentan en la obra.
El pacto de ficción es algo inconsciente. Solamente notamos que existe cuando lo rompemos. Eso pasa cuando los autores violan la única norma que no se puede romper en la ficción: la verosimilitud. Es decir, que la historia sea creíble. Es necesario mantener algunos puntos en común con el mundo en el que vivimos, la única manera que sabemos cómo funcionan las cosas. A Sheldon no le importaba aceptar la existencia de Superman, su molestia venía por la falta de verosimilitud, para su concepción científica precisa del mundo, de uno de sus actos. Hace unos meses yo me quejaba de la falta de verosimilitud de la protagonista de 50 sombras de Grey, algo que estropeaba aún más el libro. Si se viola la verosimilitud, el pacto de ficción de rompe y toda la “magia” desaparece. No aceptamos que exista, no nos lo creemos, y no podemos disfrutar de lo que tenemos delante.
Como la verosimilitud es un tema más conocido, no me voy a extender más. Pero los autores han de tener cuidado con ella, saber qué límites tiene, para que el pacto de ficción no se rompa por parte de los receptores, y la obra les haga disfrutar.
El pacto de ficción y la verosimilitud tienen sus límites, pero son muy flexibles. Uno depende del otro, y los dos han de ir de la mano con cuidado. Ambos han de satisfacer al lector par poder hacerle disfrutar de cualquier obra de ficción.

5 de noviembre de 2012

Hola, bella dama. Bonita noche, ¿verdad? Perdone mi intromisión. Quizás deseaba pasear. O sólo disfrutar de la vista. No importa. Es hora de que tengamos una charla. Ahh… olvidaba que no nos han presentado. No tengo nombre, llámeme “V”. “Sra Justicia… aquí V”, “V, aquí la señora Justicia”. “Hola, señora Justicia”. “Buenas noches, V”. Ya está, ya nos conocemos. Soy admirador suyo desde hace tiempo. Oh, sé lo que piensa… “El pobre chico está loco por mí…” Lo siento, madame. No es así en absoluto. La admiraba… aunque a distancia. La miraba desde la calle cuando era chico. Le decía a mi padre: “¿Quién es esa dama?”. Y me contestaba, “es la señora Justicia”. Y le decía, “¿No es bonita?”. No es algo físico, sé que no es de esas. No, la amaba como persona. Como ideal. Eso fue hace mucho. Ahora hay alguien más. “¿Qué? ¡V! ¿Me has traicionado por una ramera vanidosa de labios pintados y sonrisa incitante?” ¿Yo? ¡Disiento! ¡Fue tu infidelidad la que me echó en sus brazos! ¡Ah-ha! Te sorprendí, ¿eh? Pensabas que no sabía lo tuyo. Pues lo sé. ¡Lo sé todo! No me sorprendió. Siempre te gustaron los uniformes. “¿Uniformes? No sé de qué me hablas. Tú siempre fuiste el único, V…” ¡Mentirosa! ¡Zorra! ¡Ramera! ¿Niegas que te lanzaste a sus brazos y a sus botas? ¿Te comió la lengua el gato? Eso parece. Te has mostrado por fin. Ya no eres mi justicia, ahora eres su justicia. Te acostaste con otro. ¡Dos pueden jugar a ese juego! “Sniff, ¿quién es ella, V? ¿Cómo se llama?” Se llama Anarquía. ¡Y me ha enseñado más que tú como mujer! Me ha enseñado que la Justicia es inútil sin Libertad. Es honesta. No hace promesas ni las rompe como tú, Jezabel. Me preguntaba por qué no me mirabas a los ojos. Ahora lo sé. Adiós, querida. Me entristecería por nuestra separación, pero ya no eres la mujer que amaba. Aquí tienes un regalo final. Las llamas de la Libertad, que hermosas. Ahh, mi preciosa, Anarquía… “Hasta ahora no conocía tu belleza”.



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“Recuerden, recuerden, el 5 de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora para evocarla sin dilación.”

Suficiente blog por hoy. ¡A escribir!