31 de enero de 2014

Una canción para Lya, de George R.R. Martin

Aunque a alguna gente le pueda extrañar o le sorprenda, George RR Martin tiene más vida que Canción de hielo y fuego, y de uno de esos libros voy a hablar. Pero si te sorprende esto que acabo de escribir, sal de mi blog que no te quiero aquí.

Una canción para Lya, George RR Martin, reseña opinión portada

Hace un par de días empecé a leer Una canción para Lya, un relato de George RR Martin escrito a mediados de los 70, y que nada, gracias a Dios, tiene que ver con los libros que últimamente le han hecho famoso. Originalmente este relato aparece en una antología que lleva su nombre, pero yo he decidido leer solamente éste.
Nos situamos en un futuro lejano, donde el ser humano ya no está atado a la Antigua Tierra y campa entre galaxias, manteniendo relaciones con otras especies inteligentes de otros planetas. Robb y Lya son dos humanos con Talento a los que llaman para trabajar en uno de los planetas que tienen vida inteligente. Su Talento es una habilidad para meterse en los pensamientos de los seres vivos: Robb solo puede leer sentimientos y emociones, pero Lya accede a pensamientos concretos. Su trabajo en Shkea parece fácil: hay un grupo de humanos que se han unido a la religión local, que obliga a sus seguidores a suicidarse al alcanzar cierta edad, y Dino Valcarenghi, un nuevo administrador humano en la ciudad, quiere entender por qué.

Como se puede apreciar por el argumento, Una canción para Lya es un relato de ciencia ficción, aunque no cae en space opera y no se hace demasiada mención a la tecnología y transporte futurista. La ciencia ficción recae sobre todo en la creación de esta raza alienígena, en sus costumbres y en las peculiaridades de su planeta.
Sin embargo, el tema central de este relato son los temores y deseos más profundos y más antiguos de los humanos. El amor, y no únicamente el tipo de amor que se siente por la pareja, es una constante; la preocupación por la soledad, la comunicación, la unión entre los miembros de una comunidad... el escenario de Shkea, los Gresshka, su religión y las relaciones diplomáticas de Valcarenghi con los shkeen son una excusa para exponer los miedos más innatos de los humanos y ahondar en ellos de la manera más dolorosa.
Es un relato y no una novela, por lo que se lee bastante rápido, pero se tarda un poco en entender qué quiere transmitir el autor. Primero se da tiempo para presentar el planeta, los personajes con los que Robb y Lya se van a relacionar en su trabajo, y sobre todo, el fuerte vínculo que sienten ellos dos. Sin este tiempo de presentación el resto del relato no tiene sentido. Sin este tiempo previo no se puede notar el crescendo de la intensidad de los sentimientos de los personajes, ni la poderosa razón que tienen los skeen para terminar su vida voluntaria y prematuramente.
Es un relato intenso. Parece ligero al principio, en este espacio que se da para la presentación, pero que termina de la manera más intensa y dolorosa posible, exponiendo esos miedos y esos deseos humanos: el amor, la soledad, la necesidad de tener un culto y buscar a Dios, el dolor de la separación y la necesidad comunicarse con los seres y con el cosmos. El sentir que se puede desechar el dolor y abrazar la felicidad eterna. El personaje de Lya es especialmente intenso en sí mismo, y a través de él se canalizan las emociones que va percibiendo en los personajes que los rodean. Y al llegar al final, que justamente fuese Lya el foco de la intensidad hace el mensaje más crudo y causa mayor impacto en el lector.

Me ha gustado, mucho más de lo que esperaba después de intentar leer otras cosas del mismo autor y ser un fracaso. Me ha gustado, y además, 12 horas después de terminarlo me sigue impactando la pureza y la fuerza de la descripción de todas esas emociones y miedos que llevo nombrando todo el rato. Me ha impactado, más de lo que hubiese pensado al empezar a leer.

Me he prometido que la próxima lectura que haga será un poco menos intensa que estas últimas que he escogido. Y tengo tantos libros a la cola que no tengo mucha idea de cómo seguir.

25 de enero de 2014

Boneshaker, de Cherie Priest

El año pasado me propuse adentrarme en la literatura steampunk (que es de dónde viene, después de todo), y uno de los primeros títulos que aparecieron cuando empecé a buscar fue Boneshaker, de Cherie Priest. Y me ha provocado cierto pesimismo.

Boneshaker Cherie Priest reseña opinion

Boneshaker es el primero de una serie de libros, El siglo mecánico (compuesto por Boneshaker, Deadnought, Ganymede, The inexpicables y Fiddlehead -estos últimos no sé si están traducidos) ambientados en el mismo universo steampunk, pero independientes entre sí. Según tengo entendido, se comparte una historia de fondo, se comparten algunos personajes, pero se puede leer cada libro sin conocer el resto.; escritos por Cherie Priest.
En Boneshaker, Cherie Priest nos sitúa en un presente distópico y retrofuturista de Seattle. Leviticus Blue, un inventor que vive en la ciudad, crea una máquina, la Boneshaker, para presentarla a un concurso dirigido a tomar ventaja en la actual fiebre del oro. La Boneshaker es una máquina perforadora implacable, que sufre un accidente antes de poder ser presentada en el concurso y agujerea el suelo de la ciudad sin control, destroza las calles principales y además libera un gas tóxico que había acumulado bajo el suelo, que nadie conocía y que no se sabe cómo ha surgido.
Este gas tóxico envenena a todo aquel que está en contacto con él, convirtiéndolo en una suerte de zombi, por lo que todos los habitantes de la ciudad deben huir. Los supervivientras levantan murallas alrededor del perímetro de la antigua ciudad y se instalan alrededor de estas murallas. El odio a Leviticus Blue y a lo que queda de su familia se extiende por la nueva ciudad y pervive durante los años.
15 años más tarde, Zeke, el hijo de Blue y que nunca llegó a conocer a su padre, harto de los comentarios que hacen sobre él y sobre su madre, está convencido de la inocencia de su padre. Decide entrar en la antigua ciudad para volver a lo que fue la casa de su padre y recoger pruebas de su inocencia para limpiar su nombre. Pero una vez dentro no le resulta tan fácil salir.

Boneshaker Cherie Priest reseña opinion

Boneshaker tiene un argumento original, como se puede ver. Un argumento que se nos va introduciendo de una manera un poco brusca cuando la madre de Zeke, Briar, descubre que su hijo se ha escapado de casa llevándose mapas de la antigua Seattle y adivina a dónde ha ido y por qué.
A lo largo de este argumento, se nos presenta el interior de la Seattle rodeada de muros y plagada de zombis, que conviven con gente que ha quedado atrapada allí dentro (sobre todo de manera emocional), piratas aéreos, narcotraficantes y un montón de asiáticos que no se sabe de dónde han salido. El grueso del libro se basa en la búsqueda de Zeke a la vez que este va en la búsqueda de la antigua casa de Briar y Leviticus, en una especie de persecución en la que se van sucediendo las casualidades, las desgracias y el inicio de una guerra entre los habitantes de dentro de los muros.
Hay bastantes personajes además de Briar y Zeke, tanto presenciales como latentes (como su padre y su abuelo, que murieron poco después del accidente de la Boneshaker; o Minnericht, que no aparece hasta muy avanzado el libro aunque maneja a los personajes de dentro de las murallas desde el primer momento), pero no están realmente definidos y se confunden unos con otros. Por ejemplo, Briar y Zeke terminan subiéndose a zepelines que intentan sacarlos de la ciudad por el aire, pero tardé en darme cuenta de que estaba hablando de dos naves diferentes con dos tripulaciones diferentes. La gente que se encuentran viviendo dentro de los muros de Seattle también es diferente, pero no están diferenciados unos de otros más que en detalles y son una turba de personajes, todos pintorescos, pero apenas dos son reconocibles.
El único acierto que ha tenido Cherie Priest con los personajes es el Doctor Minnericht y el misterio que lo envuelve durante todo el libro, hasta el final. Es un personaje con carácter, con verdaderas motivaciones, que es capaz de influenciar y crearnos dudas en todo momento sobre él.

Boneshaker Cherie Priest reseña opinion

Ha sido un libro difícil de leer. No me enganchó más que al llegar al final, cuando Briar encuentra a Zeke y por fin es capaz de responder a todas las preguntas e inquietudes del chico. En todas las páginas anteriores, mientras se siguen dos tramas diferentes, una atravesando la ciudad en cada dirección camino a objetivos diferentes, fueron más bien pesadas. Hay momentos de relax, momentos de acción y momentos de tensión, pero no están reflejados en el ritmo de la narración y la sensación que transmiten es de monotonía. Sin embargo, al final, cuando empiezan a encontrar respuestas, cuando tienen un objetivo claro en vez de andar deambulando por la ciudad escapando de los zombis, sí adquiere un ritmo diferente e interesante y sí te hace seguir queriendo leer más, aunque ya estás en el final.

Decía que este libro me produjo pesimismo: lo leí porque aparecía en una lista de Goodreads, bastante completa y seguida, como uno de los 5 mejores libros de steampunk escritos hasta ahora, junto el primero de la saga Soulless (Parasol protectorate), el de Leviathan y bastante por encima de La máquina del tiempo, de Wells, o por encima de cualquiera de Verne. Sin embargo, me ha aburrido y tardé meses en terminarlos porque preferí dedicarme a leer otras cosas y dejarlo de lado. ¿Es esto lo mejor que puedo encontrar en steampunk? ¿No se supone que el punto fuerte de este género es la literatura? ¿Cómo es el resto, entonces?
Intentaré descubrirlo, siguiendo con otros autores y otros libros. Tengo unos cuantos de autores españoles ya cargados en el Kindle esperando impacientes. Tengo algo más de fe en la literatura española que la americana. Y en el juicio de los españoles también.

Boneshaker Cherie Priest reseña opinion

Boneshaker está editado en español por La factoría de ideas (ISBN 8400000004077). En español, de las otras novelas de El siglo mecánico solo he encontrado a la venta Clementine.

Fuente de la primera foto
Fuente de la segunda foto
Fuente de la tercera foto

23 de enero de 2014

Abandonando libros

Hace años me costaba muchísimo dejar un libro y no terminar de leerlo. Cuando era pequeña, recuerdo que tragaba cualquier cosa, aunque no me gustase, hasta terminarlo. Debía tenerle una especie de respeto a la historia o al libro como objeto, y me negaba a abandonarlo. Creo que solamente abandoné 2 ó 3 títulos en toda mi infancia, y porque eran realmente horribles.
Pero cuando llegué a la carrera empecé a cambiar esta manera de pensar. Durante la carrera leía dos clases de libros: los que me mandaban leer en clase y los que leía yo porque me apetecía. Dentro del primer grupo, muy pocos libros me gustaron, y solamente no odié unos pocos más. Es decir, la mayor parte de las páginas que leí durante 4 años las odié, las detesté y las leí por obligación. No me daba pena no leer un libro al completo, si no solo unos pocos capítulos, librarme en el examen como si lo hubiese leído entero y no retomarlo nunca más. Y tenía que aprovechar el tiempo que tenía entre un libro obligatorio y otro para coger libros que me gustasen mucho, que me apeteciese leer... y no tenía tiempo para terminar de leer los que me decepcionaban.
Hace unos cuantos meses que terminé la carrera, por suerte ya no tengo que leer por obligación nunca más y le estoy volviendo a coger el gusto a dejarme llevar por las sinopsis, sumar libros a la cola, meterme en ellos sin saber qué esperar y dejarme sorprender. Por suerte, ahora tengo todo el tiempo que quiera para leer.
Sin embargo, no he vuelto a sentir pena por dejar un libro a medio leer.

Incluso podría decir que ahora soy despiadada: me estoy volviendo muy quisquillosa con lo que leo, sobre todo con los narradores, y hay pocos libros que me convenzan. De los que empecé recientemente, he abandonado dos, uno tras otro: El hobbit y La ladrona de libros.
El hobbit llevaba en mi lista de pendientes durante bastante tiempo, y no he podido con él. Pude con Galdós, pude con la mitad del Cid, pero Tolkien me ha ganado. Me produce lo mismo que me producían los cantares de gesta y la narrativa del XVII y XVIII: me duermo. Tienen un ritmo muy lento, unos párrafos larguísimos, una acción lenta... y me duermo. Pensé que era culpa mía, que me ponía a leer muy tarde cuando estaba cansada y la cama me atraía como un imán, pero en el viaje a Madrid que hice lo comprobé: después de estar un rato leyendo tranquilamente en cama, terminé Boneshaker y retomé El hobbit donde lo había dejado. A los 15 minutos necesitaba apagar la luz y dormir.
Tenía ganas de leer La ladrona de libros, y tengo la sensación de que si me lo hubiese encontrado hace 5 años o un poco más, cuando no era tan quisquillosa, me hubiera encantado. Me lo recordaron los anuncios de la película (trailer aquí), que la van a estrenar pronto (no me explayo mucho pero no vayáis a verla; ya me explicaré pronto). Lo encontré, lo descargué y lo empecé. Y de nuevo tuve problemas con el narrador: las primeras páginas es insufrible, pero sentía que la historia valía la pena, así que hice un esfuerzo y seguí. El narrador empezó a ser un poco más llevadero, hubo un momento que incluso me enganché a la historia... y llegó la paja. Empecé a pasar páginas sin que la historia avanzase. Luego parecía avanzar un poco. Luego se volvió a estancar. Y cuando me enfadé y decidí dejarlo aparcado fue cuando empezó a resumir cosas relevantes para la historia en 2 páginas y explayarse durante 20 en más relleno. He dejado el libro al 47%, según mi lector.
Tengo muchos libros a la cola, y así como pueda empezaré el siguiente. O siguientes, porque entre los cambios de mis hábitos de lectura está ese que me permite leer dos o tres libros a la vez.
Ahora solo tengo que decidir cuál será.

9 de enero de 2014

La lluvia es una canción sin letra, Ángel Gil Cheza

Como dije en la entrada anterior, pasé Fin de Año leyendo y devoré páginas y páginas. En realidad, devoro letras cada vez que voy a ver a mi novio: suelo tener horas de sobra entre esperas en autobuses, aeropuertos... y que a él le gusta leer y nos encanta leer juntos. Durante estos días festivos aproveché para darle un empujón final a La lluvia es una canción sin letra, de Ángel Gil Cheza. Me había enganchado antes, pero esas horas de lectura que tuvimos me supieron a gloria.


Había escuchado hablar de este libro. No suelo leer reseñas de libros, solamente las tres o cuatro primeras líneas para hacerme una idea de qué le ha parecido a quien escribe. Y escribían cosas preciosas. Me dio la impresión de que era un autor indie, autopublicado por Amazon, que había subido su primera novela. No he investigado mucho sobre ella, pero sí se ve que es autopublicada, y cuando la compré en Amazon se había colado entre los más vendidos. Estaba en oferta y no lo dudé.

La lluvia es una canción sin letra nos cuenta dos historias. La primera, situada hace 10 años, la de Josep: un chico que huye de Castellón para trabajar en un yacimiento arqueológico en Irlanda, donde conocerá a otros arqueólogos, Dublín, sus pubs y algunos pueblos pequeños. Se enamorará de los huesos de una vikinga enterrada entre cristianos y nos sumergirá en la vida de la arqueología, su manera de pensar y su manera de hacer.
La otra historia nos lleva unos cuantos siglos atrás: en el siglo XI, un vikingo, Thorgest, llega a tierras irlandesas para vender su reputación en el campo de batalla. Tras la traición de un aliado en una batalla, una irlandesa lo recoge del campo de batalla, moribundo y lo cuida hasta que se recupera. Thorgest e Eimear inician una extraña relación que seguirá, a su manera, durante todo el libro.
Las historias son mucho más, pero no voy a adelantarlas.
El autor nos sumerge a través de las dos historias en el mismo mundo húmedo, lluvioso y de eterno invierno que es Irlanda, y que, a pesar de estar separadas por tantísimos años, se relacionan entre sí. Por un lado, conocemos la batalla contra el tiempo de los arqueólogos, la batalla de Josep contra sus jefes; y por el otro, la batalla más cruenta de los reyes irlandeses y vikingos por el poder.

La lluvia es una canción sin letra Angel Gil Cheza reseña opinión

No sé cómo explicar todo lo que me ha gustado el libro. Me ha gustado todo: los ambientes, tanto el de Castellón (de donde es mi novio y que conozco un poco), el irlandés, tan parecido a Galicia en el frío y la humedad permanente; las dos historias, la manera en la que se relacionan; las anticipaciones que te llevan hasta el final... y el final, que es capaz de sorprender y emocionar. Recuerdo leer el funeral vikingo con la piel de gallina y un nudo en la garganta, sabiendo que llegaba al final del libro y que unas cuantas páginas más allá no volvería a leer sobre Eimear, Thorgest, Josep, ni ningún arqueólogo.
Es un placer de leer. Es uno de estos libros que te recuerdan por qué te gusta leer y que enseñan lo que es enamorarse de las historias y los personajes. Además, sabiendo la carrera de Gil Cheza, se tiene la certeza de que es un libro fiel a la historia: no se ha inventado la vida en el campamento, ni las maneras de hacer de los vikingos en la batalla, ni las alianzas irlandesas. Es de esos libros que te hacen aprender mientras disfrutas.
Si tuviera que ponerle alguna pega, diría que hay algunos errores de estilo, sobre todo en la primera mitad del libro, y llegué a pensar que era un libro completamente autoeditado y que no había contado con una revisión ortotopográfica. Sin embargo, he estado leyendo un poco sobre ella y parece ser que sí está corregida. También acabo de leer que ya está traducida al inglés, se va a traducir al esloveno y que saldrá en papel durante 2014, así que imagino que le habrán dado una segunda revisión, o eso espero.
Por el resto, menuda joya.

La lluvia es una canción sin letra Angel Gil Cheza reseña opinión

Le tengo echado ya el ojo a El hombre que arreglaba las bicicletas, la siguiente novela de Ángel Gil Cheza, y cuanto saque un hueco, caerá también.

En este link podéis encontrar y comprar el libro en Amazon. Está a 3€ y vale eso y mucho más: La lluvia es una canción sin letra.

Fuente de la primera imagen
Fuente de la segunda imagen

6 de enero de 2014

Fin de Año entre libros

Este año fui a pasar Fin de Año fuera de mi casa y lejos de mi familia. Las Navidades me gustan en general, desde que empieza la fiebre navideña a principios de diciembre hasta que pasa Reyes y todo vuelve a la normalidad. Pero, dentro de todas las fechas señaladas y que sí me gustan, Fin de Año es una noche que no me gusta. Desde que soy pequeña han ido pasando muchas cosas consecutivas, pequeñas pero negativas, que me hicieron odiar el 31 de diciembre desde muy pronto.
Cuando yo era pequeña, cuando tenía unos 5 años, me gustaba Fin de Año. Me gustaban las uvas e incluso llegaba a comérmelas todas con las campanadas (supongo que mis padres hacían trampa y me ponían las más pequeñas o me partían alguna a la mitad). Disfrutaba de una noche en la que por fin no tenía que irme a dormir temprano. Hasta que un año, vino uno de mis tíos (tengo 20) a cenar e hizo la primera cosa que me hizo detestar Fin de Año. Creo que traía con él a quien hoy es su mujer, pero de eso no me acuerdo.
Mi tío, quien desde entonces cada vez que nos sentamos juntos en alguna comida familiar me lo recuerda (y se ríe y yo acumulo rencor) pasó toda la tarde agobiándome y metiéndome prisa para hacer cosas “porque no vamos a llegar a las uvas”. Empezó a repetírmelo temprano, me estuvo machacando toda la noche, y para cuando dieron las uvas de verdad, yo estaba escondida bajo la mesa, con los oídos tapados y llorando de agobio. No me lo han contado, de esto me acuerdo. Después de aquel año no fui capaz de comer las uvas con las campanadas.
Al año siguiente, dejamos de celebrar Fin de Año en mi casa y empezamos a ir a casa de otros de mis tíos, quienes, dentro de mi familia, son los que peor me caen. Además, viven casi a 200km de mi pueblo, por lo que no podía quedar con amigos y cuando me fui haciendo mayor tampoco pude salir en Nochevieja. Durante casi 10 años pasamos todas las noches del 31 de diciembre en su casa, lo que significaba nada que hacer en esa casa y en ese pueblo por la tarde, cenar con ellos y sus amigos, comer las uvas (aunque hace ya un tiempo que renuncié a ellas y me quedaba mirando cómo el resto comían), ver cómo a mi tío y a sus amigos les iba subiendo el alcohol y empezar a ignorar los comentarios sobre política y sexo que empezaban a salir. Los primeros años, como éramos pequeños, a mi hermano y a mí nos mandaban a la cama cuando empezaban a hacer comentarios fuera de tono; cuando nos hicimos más mayores mandaban a mi tío a la cama y a mí me mandaban acompañar a mi tía y a mi padre a dar un paseo por la calle: enero, pasadas las 12 de la noche, cuando no estaba lloviendo hacía un frío de muerte, en un pueblo en el que no conozco a nadie, cuando a mí lo que me interesaba era irme a dormir, leer o jugar con la Play.
Además, tenemos que sumar mi odio a las uvas. Esos mismos tíos tienen una finca con viñas, y algunos septiembres nos “invitaban” a participar en la vendimia. Como soy bastante baja, mi trabajo consistía en separar las uvas podridas y las ramas de las uvas que convertirían en vino. Después de un fin de semana desgranando racimos de uvas, viendo bichos, uvas podridas, arañas y más cosas que no queráis saber, no aguanto el olor y el sabor de las uvas, ni de nada procedente de la uva. Algunas Nocheviejas, por cumplir, me comía 6 uvas pasadas las campanadas. Un año conseguí terminármelas a las 12 y 20 de la noche.

Por suerte, hace ya casi 5 años mi hermano montó una revolución y le pidió a mi padre quedarnos en nuestro pueblo porque así podía salir con sus amigos por la noche. Mi padre aceptó y volvimos a celebrarlo en casa. Pero somos solo nosotros tres y yo no salgo por la noche, por lo que no es desagradable pero es aburrido.
Mi mejor recuerdo de Fin de Año es cuando, hace dos años, después de un pequeño zapping que hicieron en TVE pasaron la película Amanece que no es poco, y mi padre y yo nos reímos un buen rato.

Pero este año fue diferente. Yo quería huir de casa, mi novio me lo propuso y nos fuimos a pasar una semana a Madrid, los dos solos.
Por fin puedo decir que he disfrutado de una noche de Fin de Año. Por fin encontré una manera de celebrarlo que me gustó y disfruté plenamente: nos quedamos en cama, leyendo, hasta las 12 menos cuarto, conectamos con las campanadas y tras acabar estas, seguimos leyendo hasta casi las 2 de la mañana.

Sin empachos, ni familiares borrachos gritando contra el político del que se acuerde en ese momento. Sin primos pequeños llorones, uvas de la muerte, villancicos, ni frío en la calle. Solo calor, cariño, besos, deseos y promesas, suavidad y muchas, muchas páginas.
Ojalá pueda repetirlo más años.

 photo DSC_0017_zps21d2e98e.jpg

Suficiente blog por hoy. ¡A escribir!