21 de abril de 2013

La muerte de Driven (desde la cima)


Las montañas y los árboles se extienden hasta más allá de donde alcanza la vista. Suaves montes, verdes, erosionados por el paso de los siglos permanecen quietos, en calma. Apenas hay árboles en sus cumbres que delaten al viento que vuela entre ellos. Se puede ver de vez en cuando a un ave rapaz escudriñando las crestas, en busca de un movimiento casi imperceptible que le pueda servir de cena.
El sol va cayendo lentamente. Las nubes son escasas, claras y ligeras, extendidas como algodón sobre el cielo. Las sombras empiezan a alargarse y el frío de las alturas empieza a calar en los huesos. Metros más abajo, bandadas de pajarillos empiezan a buscar la última comida del día mientras los polluelos pían en los nidos, impacientes.
Entre los árboles, la vida del bosque sigue, como si fuese otra tarde cualquiera de un verano cualquiera. Un poco más abajo, discurre un río, ajeno a la sangre que todavía no ha llegado a él. En el lago, un par de kilómetros más al sur, una brisa no llega a alzar olas. El agua no está revuelta, no hay restos de cadáveres ni miembros abandonados en la orilla. Los peces siguen nado con rutina y tranquilidad.
Pero hacia el norte, entre dos montañas, destaca una columna de humo negro. Ya es una sola, constante y cada vez más delgada. Los restos de Driven se van consumiendo poco a poco. Pronto volverá a crecer la hierba entre sus casas, las hiedras se apoderarán de las paredes, los pájaros migratorios elegirán sus tejados para sus nidos temporales, y con los años el pueblo desaparecerá, comido literalmente por la naturaleza.
Prefiere no mirar al norte; de allí viene y no hay nada más que hacer ahí. Sola, seguirá caminando un poco más hacia el sur, buscará un árbol que pueda sostener su peso para pasar la noche, y a la mañana siguiente podrá seguir su camino hasta la ciudad más próxima. Ha hecho una parada en su viaje, pero será corta y pronto volverá a caminar. Sentada en una roca en lo alto de una de las montañas más altas de los alrededores, deja que el viento le enrede el pelo mientras revisa el estado de sus armas.
Solo ha perdido cinco flechas, dos más tienen secuelas, y el resto únicamente necesitan una limpieza. La cuerda del arco no ha notado la batalla de hoy y no se ha desgastado ni deshilachado. Termina de tensar la cuerda y mide los daños de las flechas. Deberá reemplazar las que ha perdido, cuanto antes mejor. Pero para esta noche no le harán falta tantas; pasar la noche en el bosque, donde nadie la está buscando, no le preocupa.
Las flechas se han ensuciado. Tienen ceniza, sangre y barro. No le gusta tener sus armas maltratadas, y deberá acercarse al río a la mañana siguiente a limpiarlas. Mientras las observa, se da cuenta de que las flechas no son lo único sucio. Sus botas, además del barro, también tienen sangre, que le sube por las piernas, y le llega incluso incluso a las manos. Necesita un baño a fondo, al igual que su ropa, antes de poder entrar en la ciudad. No puede presentarse en público tras una matanza como la de Driven.
Se dirige al sur, mientras sus compañeros de batalla permanecerán una noche cerca de Driven, festejando y bebiendo hasta altas horas de la noche -bárbaros-, y al día siguiente tomarán su camino hacia el este. Ella ya no tiene nada que hacer con ellos. Su trato era colaborar en el asalto a Driven y ha cumplido. Irá Taiga, le comunicará al Conde que nadie se interpone entre las tierras de Driven y él, cobrará el resto su trabajo y no tendrá que recordar más esta aldea. Buscará otro, similar, de rastreadora, de guardaespaldas, o simplemente volverá a recorrer los caminos en busca de alguien que sea lo suficientemente inteligente para no despreciar sus habilidades por ser mujer y contratarla para su seguridad personal.
No le gustan los trabajos tan desigualados como el de Driven. Un puñado de granjeros y agricultores analfabetos, que nunca han visto más allá de las cercas de sus campos, que no conocen más personas que a sus propios vecinos, y que jamás podrían esperar una incursión de la que no podían defenderse. No le parece justo. Pero no le pagan por dar su opinión. Si pudiera darla, antes de hablar de los granjeros protestaría por la caterva de bestias incivilizadas que formaba el grupo de asedio. Un atajo de hombres ruidosos, torpes, brutos, groseros e inútiles para todo aquéllo que no sea golpear, descuartizar o quemar, que llevaron su paciencia hasta los límites de plantearse acabar con todos ellos antes de llegar a Driven y luego tomar ella la ciudad por su cuenta.

Tras haber dado por terminada la aldea, recogió sus flechas, una bolsa con algo de comida y agua para el camino, y emprendió el viaje sin despedirse. No la echarían de menos hasta que tuvieran que buscarse la cena, aunque quizás pudieran encontrar alguna comida ya preparada en alguna casa o en la posada. Por ella, como si morían de hambre o tenían que masticar hojas de laurel para alimentarse.
El camino hasta aquella cima no fue difícil, solo largo. Encontró un pequeño sendero que fue siguiendo, sin miedo a que la rastrearan (¿cuánta gente más podía haber pasado por allí en los últimos días?) y, limpiando sus pensamientos del olor a madera quemada, de los gritos, de las súplicas, del ruido de las hachas y flechas atravesando el aire, fue ascendiendo metro a metro hasta llegar a la cima.
El camino terminaba en una fuente, pero el descenso no será difícil gracias a la erosión de la montaña. Luego, tendrá ante sí muchos quilómetros de bosque silencioso, tranquilo, ajeno a Driven, a los intereses territoriales del Conde o de quien fuese. En un par de días habrá llegado a la ciudad y saldado su deuda. Y volverá a empezar.

Mientras, el sol sigue bajando, lentamente. El cielo se teñirá de rojo, como las calles de Driven, como su armadura, como la base de su carcaj. Luego, le seguirá la oscuridad y el negro, como la madera de sus flechas, como su pelo y como sus ojos. Como los sonidos del bosque, sumido en su rutina instintiva. Las estrellas le darán algo en lo que pensar mientras imagina finas líneas que las conectan entre sí, unas grandes y vivas como las ciudades, otras más pequeñas y quizás ya muertas, como aldeas, como Driven.

Suficiente blog por hoy. ¡A escribir!