Este año fui a pasar Fin de Año fuera de mi casa y lejos de mi familia. Las Navidades me gustan en general, desde que empieza la fiebre navideña a principios de diciembre hasta que pasa Reyes y todo vuelve a la normalidad. Pero, dentro de todas las fechas señaladas y que sí me gustan, Fin de Año es una noche que no me gusta. Desde que soy pequeña han ido pasando muchas cosas consecutivas, pequeñas pero negativas, que me hicieron odiar el 31 de diciembre desde muy pronto.
Cuando yo era pequeña, cuando tenía unos 5 años, me gustaba Fin de Año. Me gustaban las uvas e incluso llegaba a comérmelas todas con las campanadas (supongo que mis padres hacían trampa y me ponían las más pequeñas o me partían alguna a la mitad). Disfrutaba de una noche en la que por fin no tenía que irme a dormir temprano. Hasta que un año, vino uno de mis tíos (tengo 20) a cenar e hizo la primera cosa que me hizo detestar Fin de Año. Creo que traía con él a quien hoy es su mujer, pero de eso no me acuerdo.
Mi tío, quien desde entonces cada vez que nos sentamos juntos en alguna comida familiar me lo recuerda (y se ríe y yo acumulo rencor) pasó toda la tarde agobiándome y metiéndome prisa para hacer cosas “porque no vamos a llegar a las uvas”. Empezó a repetírmelo temprano, me estuvo machacando toda la noche, y para cuando dieron las uvas de verdad, yo estaba escondida bajo la mesa, con los oídos tapados y llorando de agobio. No me lo han contado, de esto me acuerdo. Después de aquel año no fui capaz de comer las uvas con las campanadas.
Al año siguiente, dejamos de celebrar Fin de Año en mi casa y empezamos a ir a casa de otros de mis tíos, quienes, dentro de mi familia, son los que peor me caen. Además, viven casi a 200km de mi pueblo, por lo que no podía quedar con amigos y cuando me fui haciendo mayor tampoco pude salir en Nochevieja. Durante casi 10 años pasamos todas las noches del 31 de diciembre en su casa, lo que significaba nada que hacer en esa casa y en ese pueblo por la tarde, cenar con ellos y sus amigos, comer las uvas (aunque hace ya un tiempo que renuncié a ellas y me quedaba mirando cómo el resto comían), ver cómo a mi tío y a sus amigos les iba subiendo el alcohol y empezar a ignorar los comentarios sobre política y sexo que empezaban a salir. Los primeros años, como éramos pequeños, a mi hermano y a mí nos mandaban a la cama cuando empezaban a hacer comentarios fuera de tono; cuando nos hicimos más mayores mandaban a mi tío a la cama y a mí me mandaban acompañar a mi tía y a mi padre a dar un paseo por la calle: enero, pasadas las 12 de la noche, cuando no estaba lloviendo hacía un frío de muerte, en un pueblo en el que no conozco a nadie, cuando a mí lo que me interesaba era irme a dormir, leer o jugar con la Play.
Además, tenemos que sumar mi odio a las uvas. Esos mismos tíos tienen una finca con viñas, y algunos septiembres nos “invitaban” a participar en la vendimia. Como soy bastante baja, mi trabajo consistía en separar las uvas podridas y las ramas de las uvas que convertirían en vino. Después de un fin de semana desgranando racimos de uvas, viendo bichos, uvas podridas, arañas y más cosas que no queráis saber, no aguanto el olor y el sabor de las uvas, ni de nada procedente de la uva. Algunas Nocheviejas, por cumplir, me comía 6 uvas pasadas las campanadas. Un año conseguí terminármelas a las 12 y 20 de la noche.
Por suerte, hace ya casi 5 años mi hermano montó una revolución y le pidió a mi padre quedarnos en nuestro pueblo porque así podía salir con sus amigos por la noche. Mi padre aceptó y volvimos a celebrarlo en casa. Pero somos solo nosotros tres y yo no salgo por la noche, por lo que no es desagradable pero es aburrido.
Mi mejor recuerdo de Fin de Año es cuando, hace dos años, después de un pequeño zapping que hicieron en TVE pasaron la película Amanece que no es poco, y mi padre y yo nos reímos un buen rato.
Pero este año fue diferente. Yo quería huir de casa, mi novio me lo propuso y nos fuimos a pasar una semana a Madrid, los dos solos.
Por fin puedo decir que he disfrutado de una noche de Fin de Año. Por fin encontré una manera de celebrarlo que me gustó y disfruté plenamente: nos quedamos en cama, leyendo, hasta las 12 menos cuarto, conectamos con las campanadas y tras acabar estas, seguimos leyendo hasta casi las 2 de la mañana.
Sin empachos, ni familiares borrachos gritando contra el político del que se acuerde en ese momento. Sin primos pequeños llorones, uvas de la muerte, villancicos, ni frío en la calle. Solo calor, cariño, besos, deseos y promesas, suavidad y muchas, muchas páginas.
Ojalá pueda repetirlo más años.
Seguro que lo pasasteis así mejor que muchos^^ (Por cierto, ¿esto no iría mejor en Dissarey?)
ResponderEliminar¡Besos y feliz año!