Hace años me costaba muchísimo dejar un libro y no terminar de leerlo. Cuando era pequeña, recuerdo que tragaba cualquier cosa, aunque no me gustase, hasta terminarlo. Debía tenerle una especie de respeto a la historia o al libro como objeto, y me negaba a abandonarlo. Creo que solamente abandoné 2 ó 3 títulos en toda mi infancia, y porque eran realmente horribles.
Pero cuando llegué a la carrera empecé a cambiar esta manera de pensar. Durante la carrera leía dos clases de libros: los que me mandaban leer en clase y los que leía yo porque me apetecía. Dentro del primer grupo, muy pocos libros me gustaron, y solamente no odié unos pocos más. Es decir, la mayor parte de las páginas que leí durante 4 años las odié, las detesté y las leí por obligación. No me daba pena no leer un libro al completo, si no solo unos pocos capítulos, librarme en el examen como si lo hubiese leído entero y no retomarlo nunca más. Y tenía que aprovechar el tiempo que tenía entre un libro obligatorio y otro para coger libros que me gustasen mucho, que me apeteciese leer... y no tenía tiempo para terminar de leer los que me decepcionaban.
Hace unos cuantos meses que terminé la carrera, por suerte ya no tengo que leer por obligación nunca más y le estoy volviendo a coger el gusto a dejarme llevar por las sinopsis, sumar libros a la cola, meterme en ellos sin saber qué esperar y dejarme sorprender. Por suerte, ahora tengo todo el tiempo que quiera para leer.
Sin embargo, no he vuelto a sentir pena por dejar un libro a medio leer.
Incluso podría decir que ahora soy despiadada: me estoy volviendo muy quisquillosa con lo que leo, sobre todo con los narradores, y hay pocos libros que me convenzan. De los que empecé recientemente, he abandonado dos, uno tras otro: El hobbit y La ladrona de libros.
El hobbit llevaba en mi lista de pendientes durante bastante tiempo, y no he podido con él. Pude con Galdós, pude con la mitad del Cid, pero Tolkien me ha ganado. Me produce lo mismo que me producían los cantares de gesta y la narrativa del XVII y XVIII: me duermo. Tienen un ritmo muy lento, unos párrafos larguísimos, una acción lenta... y me duermo. Pensé que era culpa mía, que me ponía a leer muy tarde cuando estaba cansada y la cama me atraía como un imán, pero en el viaje a Madrid que hice lo comprobé: después de estar un rato leyendo tranquilamente en cama, terminé Boneshaker y retomé El hobbit donde lo había dejado. A los 15 minutos necesitaba apagar la luz y dormir.
Tenía ganas de leer La ladrona de libros, y tengo la sensación de que si me lo hubiese encontrado hace 5 años o un poco más, cuando no era tan quisquillosa, me hubiera encantado. Me lo recordaron los anuncios de la película (trailer aquí), que la van a estrenar pronto (no me explayo mucho pero no vayáis a verla; ya me explicaré pronto). Lo encontré, lo descargué y lo empecé. Y de nuevo tuve problemas con el narrador: las primeras páginas es insufrible, pero sentía que la historia valía la pena, así que hice un esfuerzo y seguí. El narrador empezó a ser un poco más llevadero, hubo un momento que incluso me enganché a la historia... y llegó la paja. Empecé a pasar páginas sin que la historia avanzase. Luego parecía avanzar un poco. Luego se volvió a estancar. Y cuando me enfadé y decidí dejarlo aparcado fue cuando empezó a resumir cosas relevantes para la historia en 2 páginas y explayarse durante 20 en más relleno. He dejado el libro al 47%, según mi lector.
Tengo muchos libros a la cola, y así como pueda empezaré el siguiente. O siguientes, porque entre los cambios de mis hábitos de lectura está ese que me permite leer dos o tres libros a la vez.
Ahora solo tengo que decidir cuál será.
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