El jueves 5 de noviembre me encontré con el titular de una reseña-reportaje de la nueva novela de una autora, que, en vez de hablar de su obra, dice
“La narrativa de Cervantes era más osada que la de hoy”. Después de leer el texto, el argumento de la novela me deja indiferente, pero me he quedado dándole vueltas al titular. ¿Era Cervantes más crítico y más arriesgado que la literatura de hoy?
En un primer momento, mi respuesta fue un contundente no. Bien pensado, después de buscar ejemplos y compararlos, me reafirmo: no. Pero, ¿por qué?
Para empezar, es necesario dejar atrás la obligación social de ensalzar automáticamente a Cervantes y a su obra. Según un acuerdo tácito entre todos los españoles, Cervantes siempre es el que mejor escribe, el que mejores voces otorga a sus personajes, el más original, el más valiente, el más crítico, quien mejor supo criticar la moda de las novelas de caballerías. Todo esto es mentira. La mayor parte de las bondades que se le atribuyen al Quijote (curiosamente se intenta ignorar que Cervantes escribió muchas más obras que esta) son exageraciones o clichés. El Quijote no es el libro mejor escrito de la literatura española: tiene errores argumentales y fallos de coherencia. Tampoco es el que mejores voces pone a sus personajes: Sancho se distingue de Alonso Quijano, como debe ser, pero por lo justito; es un recurso que se llama “decoro” y cualquier escritor debe saber emplearlo. El juego del doble narrador no es invención suya, si no un recurso que ya se había explorado en el siglo XVI. Y Cervantes no es un autor crítico: parece que nos olvidamos de que era un funcionario de Hacienda complaciente con los poderes. Satiriza a la Iglesia como se ha satirizado siempre, incluso desde antes de su siglo. No hay ninguna crítica seria y potente al poder o al Estado. Ni siquiera es original en el tema de su obra: las novelas de caballerías hacía muchos años que estaban en decadencia y ya nadie se las tomaba en serio; el equivalente sería publicar hoy en día una parodia de Crepúsculo.
El mayor atrevimiento con el que juega Cervantes son los chistes escatológicos. De esos sí se encuentran muchos ejemplos en el Quijote.
¿Es Cervantes un osado? No. Desde luego que no.
Pero vamos a hacer como si lo fuese. ¿Los autores de hoy se atreven a criticar al poder, a expresar opiniones revolucionarias o minoritarias? ¿Intentan romper con los conceptos básicos de la literatura o de la realidad? Por supuesto que sí. Lo voy a ejemplificar con libros que he leído en los últimos dos años. Hay muchísimos más ejemplos que podría poner, pero los he elegido de esa corta lista:
El 5 de noviembre, recalco la fecha, se publicaba este titular que denuncia la conformidad y la falta de atrevimiento de los autores actuales. Mientras tanto, V de Vendetta fue Trending Topic todo el día. V de Vendetta, un cómic en el que Alan Moore coloca a un anarquista violento como héroe y salvador de una nación frente a los tiranos que ocupan el poder. Una visión tan arriesgada que cuando Holloywood hizo la adaptación a película no se atrevió a hablar de anarquía y convirtieron a V en un terrorista, con el que juegan durante toda la película entre el papel del bien y del mal. En el cómic de Moore no hay dudas: V es anarquista y hacer explotar el Parlamento es deseable.
Pero no es el único caso. La crítica al Sistema como conjunto y la denuncia de los gobiernos poderosos es recurrente desde que en 1921 se publicase
Nosotros; no en Rusia, en el país que se escribió, justamente por problemas con la censura, pero sí en el resto de Europa. Desde este libro, que dio inicio al género de la distopía hasta el reciente éxito de
Los Juegos del Hambre, la ciencia ficción ha puesto siempre en entredicho los sistemas de vigilancia de los gobiernos de cada país, sus métodos de represión, sus explicaciones para restringir libertades en los ciudadanos, y, sobre todo, el ansia de poder de algunos políticos y su desesperación por agarrarse a su cargo, cueste lo que cueste.
Es difícil encontrar un buen rey, justo y sabio en la fantasía épica. En la mayor parte de los ejemplos que se me ocurren son una caricatura de la antigua gloria de la monarquía, y son el resultado de un ambiente demasiado complaciente que ha convertido a los reyes, las voces de Dios en la Tierra y quienes ostentan el poder absoluto sobre un territorio, en niños o adolescentes caprichosos que nunca han madurado. Por no seguir nombrando obras extranjeras, en
La Piedad del Primero, de Pablo Bueno (una novela publicada este año y de un autor español) está llena de ejemplos de nobles inútiles, egoístas e ignorantes.
El tema religioso se exprimió tanto hace unos años que los autores han cambiado de registro y ponen en duda un nuevo sistema de creencias que actúa como una religión moderna: la ciencia y el progreso. No nos faltan ejemplos de autores de ciencia ficción que usan sus libros como ejemplos de los peligros de la ciencia y el desastre al que nos puede conducir el progreso. Los ejemplos empiezan con HG Wells, en cuya obra los límites y la ética de la ciencia es un motivo recurrente; sigue con
Cenital, de Emilio Bueso y el abuso de las energías no renovables; y termina Cory Doctorow y
Pequeño Hermano, donde el gobierno usa la tecnología para espiar a sus ciudadanos y los medios de comunicación convierten a un grupo de adolescentes en terroristas. Y al igual que en la obra de Alan Moore, el terrorista es el héroe de la historia. Podemos argumentar también que las series son parte de la literatura y entonces tenemos a la aclamadísima Black Mirror como ejemplo perfecto de los peligros de la tecnología mal usada. Hay muchísimos más ejemplos, pero creo que no hacen falta.
Incluso los autores se atreven a criticar los aspectos más aceptados y políticamente correctos que están de actualidad: Javier Negrete acaba de ganar el premio Ignotus por la mejor novela corta, otorgado por la AFCFT, con Los centinelas del tiempo; una obra en la que critica el lenguaje inclusivo, los límites de lo políticamente correcto y denuncia la posibilidad de que ciertas convenciones sociales terminen yéndosenos de las manos para terminar convirtiéndose en un absurdo. Es duro verse reflejado en un relato de este tipo y aún así, darle la razón al autor.
En términos literarios y no sociales. ¿Los autores se atreven a romper las normas? ¿Repiten eternamente el mismo esquema? Tampoco.
Cuando se habla de romper los esquemas tradicionales de la literatura el primer autor en el que pienso en China Miéville. El más grande exponente del new weird se ha ganado su puesto a base de reinventar hasta los conceptos más básicos y que damos por sentados, para instaurar sus propias normas. En
Embassytown, rehace el concepto que tenemos del Universo, de la arquitectura, de la articulación de lenguas e incluso del concepto de individuo para crear su propia realidad, muy diferente a la que conocemos fuera de los libros.
Este año se publicó la novela
El final de duelo, de Alejandro Marcos Ortega, que rompe con el narrador tradicional y crea una historia contada en segunda persona no epistolar que no hubiese funcionado de otra manera. Es un tipo de narrador muy difícil de manejar y crear una historia completa desde este punto de vista no solo es arriesgado, si no que muy poco frecuente.
Estoy ahora mismo leyendo la antología Alucinadas de Palabristas, y el relato "La Terpsícore" de Teresa P. Mira de Echeverría rompe con la percepción del tiempo y del espacio que conocemos, para crear una suerte de teseracto donde todas las probabilidades, en vez de momentos del pasado, son reales y se pueden relacionar entre ellas. Otro ejemplo de una obra que destroza la realidad que conocemos y crea una completamente diferente.
Un género en nacimiento, el greenpunk, propone que para que una historia funcione no hace falta tener un antagonista. Dicen seguir el ejemplo de Hayao Miyazaki y Studio Ghibli, y que no necesitan ese elemento tan tradicional y básico para contar una historia. Pronto se publicará
Chikara, una antología en un género apenas explorado todavía, y seguro que nos dará varios ejemplos. El primer libro greempunk en español,
La Estrella, cumple con esa premisa.
Incluso podrían entrar en este debate los límites de los géneros. Mientras en Galicia nace el agroterror, una mezcla de fantasía con terror en un ambiente rural, empiezan a aparecer obras que tocan temas, de manera mainstream, que siempre han pertenecido a la ciencia ficción. ¿El Marciano de Andy Weir es ciencia ficción, o es realista? Habla de la conquista de Marte, pero desde una visión completamente verosímil y científicamente correcta. Saliendo de las páginas de los libros, en este mismo debate entra Gravity: el espacio siempre ha sido terreno de la ciencia ficción, pero en la película no hay ninguna especulación, solamente ciencia que poseemos y dominamos.
¿La literatura actual es cómoda y conformista? Solo hay que saber buscar y querer buscar. Centrarse en un único género, financiado por grandes empresas que dependen de las instituciones a las que no pueden criticar es mirar a una única porción de un Universo enorme. Centrarse en autores que han cultivado éxito o una fama como “intelectuales” y que ya no tienen nada que decir o tienen reparos en decirlo por si bajan las ventas o lo que dirá la opinión pública sí es conformista y poco osado. Para encontrar una literatura combativa y rompedora hay que salirse de los lugares y editoriales habituales. Incluso, hay que salirse de las editoriales y encontrarla en la autopublicación.
La literatura nunca ha sido conformista. Las grandes empresas siempre lo han sido.
Y Cervantes no es original ni osado.
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