Empecé con muy buena suerte a leer la obra de Wells. Mi primer contacto con él fue La máquina del tiempo y me quedé enamorada de su manera de contar las cosas y cómo era capaz de construir mundos. Después, seguí con La guerra de los mundos, con la que no congenié: me perdí en el relato del protagonista, no sabía dónde estaba o qué quería hacer y tenía que seguirle a ciegas. Dejé la novela antes de llegar a la mitad pero lo achaqué a que durante el verano me cuesta leer.
Pero esta semana pasada leí La isla del Dr Moreau y creo que Wells y yo tenemos que darnos un tiempo.
En un diario, el protagonista, Edward Pendrick, relata el año que pasó en una isla perdido en medio del océano. Lo que hay allí escrito parece increíble y producto de su imaginación, pero podría ser real: estuvo más de un año perdido en el océano y explicaría cómo pudo sobrevivir.
Después del naufragio del barco en el que viajaba Pendrick, fue rescatado por una goleta en la que el Dr Moreau y Montgomery, junto a unos cuantos animales, viajaban de camino a una pequeña isla volcánica deshabitada.
Una vez en la isla, Pendrick descubre de qué conoce al Dr Moreau: hace años que fue expulsado de Londres por realizar prácticas poco éticas y tener ideas descabelladas sobre la anatomía y los animales. Pendrick no tarda en descubrir que el Dr Moreau se exilió a esa isla para poder seguir con sus investigaciones sin que nadie pudiera impedírselo, y que la isla está llena unas bestias a medio camino entre el hombre y el animal.
En esta novela, Wells vuelve a demostrar su enorme imaginación y visión para poner a debate la ética y las posibilidades de la ciencia. En este caso, trata de las posibilidades de la cirugía y de sus límites éticos; de hasta dónde la anatomía influye en el comportamiento y en la personalidad, e incluso trata el control y manipulación de una población a la que considera inferior.
Sin embargo, el debate para mí ha sido otro. Y es un tema en el que el narrador se deja ir con Moreau y no cuestiona ni pone a debate: hasta qué punto se desprecia a los animales, se valoran únicamente por su “utilidad” y se pueden tirar una vez que dejan de ser interesantes. En Moreau, esa actitud es abierta y descarada durante todo el libro: las criaturas que termina dejan de ser interesantes y las abandona en la isla, a su suerte si no fuese por Montgomery. Pendrick no se cuestiona en ningún momento el trato que le da Moreau a las criaturas que crea, salvo para cuestionarse su propia seguridad y porque los gritos de dolor del puma le molestan.
El libro me ha resultado tan desagradable que lo terminé por cabezonería, pero deseé no haberlo empezado. No me parece que Wells haya logrado la grandiosa narrativa que demostró en La máquina del tiempo, y hay partes que me parecen más bien pobres: las criaturas de la isla, incluso las que tienen más protagonismo, son un personaje colectivo, indistinguibles las unas de las otras. No he conseguido distinguir al Hombre-Mono del Hombre-Leopardo, por ejemplo, cuando ambos tienen papeles muy diferentes a lo largo de la obra. Aunque hace muchas listas de las criaturas que habitan la isla no es capaz de presentarlas en condiciones ni de diferenciarlas unas de las otras.
Por los temas que toca no me he sentido cómoda en ningún momento. Es una obra escrita para hacer sentir incómodo al lector, pero me refiero a un tipo de incomodidad diferente: ese debate en el que no se entra, que se da por cerrado fue el que estuve siguiendo de principio a final.
Es una novela que me ha hecho sentir asco y tristeza. No por el Dr Moreau ni su falta de ética, si no por el escritor detrás de la narración. Por llevar los temas al ámbito científico sin pararse a darse cuenta de que los animales que mutila son también seres que sienten y por tratar el dolor de una manera tan frívola.
Es una reseña desencantada, breve y no entro en lo que el autor consideraba importante, ni otros puntos de los que normalmente hablo, pero esto es lo único en lo que puedo pensar. Bajo esa crueldad tácita de la voz narrativa y de los personajes se esconde una falta de empatía con todo no-ser humano que se me revuelve por dentro.
A lo mejor nos vemos dentro de muchos años, Wells. De momento, no más.
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