Dura una eternidad y en un instante se acaba, de Anne de Marcken

Podemos definir algo por su contrario.
Arriba es no-abajo. Caliente es no-frío. Fuera es no-dentro.
Y Anne de Marcken utiliza una novela sobre una persona muerta para hablar de la vida. Habla de lo reconfortante de la rutina cuando la normalidad ya no existe, porque los zombies han tomado la tierra. Ya no hay lugares seguros, ya no hay Estados como se los conocía y sin embargo la protagonista es de lo que no puede dejar de hablar.

Cubierta de la edición en castellano. Es la ilustración de la cara de una mujer en tonos rojos muy brillantes, que con un dedo se estira hacia abajo del párpado inferior.

Dura una eternidad y en un instante se acaba es una de las novelas que más me llamaron la atención de las publicadas el año pasado. Tenía un algo a su alrededor que me prometía que iba a leer una novela diferente, y lo cumplió. Es todavía más diferente cuando nos damos cuenta de que es una novela de zombies y no tiene ni un solo punto en común con el resto de novelas de zombies.
Empecemos por que la protagonista es una no-muerta, y es consciente de ello dentro de lo que sus facultades en descomposición le permiten. Es un ser congelado en el tiempo, atrapado en el tiempo, independiente del tiempo. La muerte no existe porque ya ha pasado por ella. El presente es repetitivo e insulso. Tiene hambre pero no se sacia. Se alimenta pero no se satisface.
Quiere recordar quién era pero no lo sabe.
Y sin embargo, anhela. Anhela un pasado que ve como tras un cristal empañado: recuerda una mujer, no su nombre. Recuerda un lugar, no dónde. Recuerda un día soleado, unas dunas, un mar. Recuerda que fue feliz y con ese anhelo avanza. ¿Hacia dónde?

Esperaba una novela diferente, y no podía haber encontrado nada más diferente a todo lo que conocía de zombies. El zombie en sí, el monstruo (es un poco doloroso hablar de un monstruo después de haber pasado todas esas páginas con una protagonista que es mucho más humana de lo que un monstruo podría ser) es diferente a lo que nos tiene acostumbrados la tradición. Estos monstruos hablan, se comunican. Escogen nombres, hacen asambleas, se pudren. Hacen amistades. Se olvidan entre sí. Y luego se reencuentran. Son mucho más inteligentes del resto de zombies, aunque también entiendes que desde la perspectiva de los humanos que huyen de ellos no puedan percibirlos como seres sintientes.

Y la historia, desde luego, no tiene nada en común con el resto de historias de zombies. Porque, no solo pone a los zombies como protagonistas y les da nombres y personalidades; también crea una conciencia introspectiva que desea, imagina, teme, sufre y piensa. Eso, sin dejar de ser no muertos. No los humaniza ni esconde humanos tras un virus que los transforma de manera superficial: todo el tiempo son conscientes de que son no muertos y ello condiciona al completo sus vidas. Y aún así, ellas siempre estarán ligadas a lo que conocieron como humanos.
 
 
Cuando estaba viva, imaginaba que el fin del mundo tendría algo de redención. Pensaba que sería una suerte de purificación. O una simplificación, al menos. Rectificación a través de la reducción. Era capaz de imaginar las ciudades vacías, la tierra recuperada.
Aquello era el futuro. Esto es ahora.
El fin del mundo es idéntico a tus recuerdos. No intentes imaginar el apocalipsis. Todo es igual.
 
 
Quizás una de las partes más interesantes es la relación que tiene la protagonista con su cuerpo. Ella es consciente de que es un cuerpo muerto en descomposición. Pierde partes que conserva sin tener necesidad de ello, reflexiona sobre los límites de su cuerpo y lo cuida a su manera ilógica y grotesca. De hecho, el libro empieza cuando a ella se le cae un brazo y busca la manera de mantenerse en contacto con él en vez de descartarlo por ser un estorbo. A ratos su relación con su cuerpo es gore y macabra. Pero en realidad, ¿qué cuerpo no hace cosas desagradables de las que no queremos hablar?
Esta es otra de las definiciones por su contrario que entroncan en el libro: la relación de una conciencia con su cuerpo físico, cuando este es prescindible para seguir existiendo: otro de los zombies del hotel tiene tan solo media cabeza, a ella se le cae un brazo y se vacía el tórax. Los dos siguen adelante, con sus percepciones alteradas, con una movilidad un poco más complicada que cuando tenían todos sus miembros. El cuerpo es visto como una necesidad y como una carga, simultáneo; es algo ajeno y a la vez intrínseco a los personajes.
Un poco como su propia vida. Que no existe pero es todo lo que tienen.

Dura una eternidad y en un instante se acaba es una novela muy corta, pero ni le falta ni le sobra nada. Son apenas 100 páginas de reflexionar sobre la vida, sobre lo que apreciamos de la vida, y de echar de menos lo que se tuvo. Es difícil categorizar una novela tan particular como esta en un género: es definitivamente ciencia ficción; tiene tramos de terror, a veces se vuelve costumbrista, desde luego es narrativa contemporánea; y además, tiene zombies.
 
Juntando todos estos elementos, Anne Marcken crea su primera novela para hablar de la vida a través de los muertos, de echar de menos a través de quien no puede recordar, de la normalidad a través de la ciencia ficción. Como nos pasa tantas veces, la protagonista no se dio cuenta de qué importante era lo que tenía hasta que lo perdió.

Dura una eternidad y en instante se acaba de Anne de Marcken está editado en España por Sexto piso y traducida por Ce Santiago.

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