4 de marzo de 2015

La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares

En La invención de Morel nos encontramos leyendo parte de los diarios de un náufrago. El hombre que aparece como narrador de toda la historia no nos llega a desvelar su nombre, un recurso muy utilizado en este tipo de narración. Nos cuenta que vive en una isla, que huyó a ella, hace un tiempo que no sabe calcular, porque la justicia le persigue para meterlo en la cárcel de por vida. Nos cuenta que huyó a esa isla porque había escuchado que había en ella una maldición, y que la gente que la ocupaba moría al llegar a ella.
Cuando empezamos a leer sus diarios, vemos que el náufrago está solo en la isla. Nos habla de las extrañas mareas que a veces inundan sus costas, de sus dos soles y sus dos lunas y de su geografía y de cómo se alimenta. Cree que es el único habitante de la isla, hasta que descubre a un grupo de visitantes en las colinas.

La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares, reseña-opinión

La invención de Morel es una novela corta de Adolfo Bioy Casares. A través de un diario (pero un diario incompleto, o un segundo diario, como deja entrever en un par de ocasiones) los lectores conocen la isla y a los habitantes que aparecen por sorpresa, con mucho más detalle que al personaje narrador, del que apenas sabemos nada. Esta novela me ha causado reacciones muy diferentes:
Por un lado, la estructura de la novela y la historia me han encantado. Me gusta mucho cómo presenta a los extraños, cómo los va conociendo y cómo le va desgranando la información al lector. Crea un halo de misterio a su alrededor que, como tarda en empezar a desvelar, da tiempo a elaborar muchas teorías. Y sabéis que me encanta poder especular con los misterios de las historias.
La historia avanza a pocos, no suele dar mucha información de golpe. Aunque pasan muchas cosas raras en la isla, aparecen de manera dosificada, para poder asimilarlo. El narrador va conociendo a los visitantes y poco a poco se los va describiendo a los lectores, dejando mucho espacio para elaborar teorías, unir toda la información que nos ha dado y sobre todo, dejando muchas anticipaciones que llevan a equívocos. Los visitantes no son lo que parecen al principio. En realidad, hasta el final, nunca dejarán de no ser lo que parecen.
La información para resolver el misterio de los visitantes y de cuál es la invención de Morel que le da título al libro, aparece tan fragmentada que, aunque el lector la recuerda y la va uniendo, el narrador tarda en encontrarle su sentido. Se crea un juego parecido a un puzzle, en el que el lector va uniendo piezas y después, el narrador le va confirmando si tiene razón. O le da una pieza nueva que hace que haya que volver a empezar a construir el puzzle.
Sin embargo, hay muchas cosas que no me han gustado. Para empezar, el estilo del narrador, con esa pseudo retórica que abusa del hipérbaton pero que no consigue crear nunca un ritmo que lo justifique. El narrador crea un estilo grandilocuente que me recuerda a la narrativa del siglo XVII, y que queda fuera de contexto. Es un discurso tan retorcido e incluso lleno de “lecciones” sobre la condición humana o moralinas, todas superficiales, que se me hizo difícil la lectura. No fui capaz de meterme en la historia por culpa de este discurso, a veces tan oscuro que me distraía durante párrafos enteros.
Me ha dado a impresión de que hay cosas que deja sin explicar: de repente me vi con el narrador encerrado en una sala llena de máquinas de la que no puede salir, pero sin saber cómo llegó a entrar. También hay un par de detalles al final del libro, sobre sus últimas horas, que me parecen mal explicados. Quizás sea simplemente que este discurso me distraía y hay cosas que me he perdido.
Tampoco me ha gustado la relación entre el narrador y Faustine. Incluso pasando por alto que intenta imitar las relaciones medievales y románticas, me ha parecido exagerada, innecesaria, aburrida y sobre todo, inverosímil. El autor cree que nos creemos a la primera que él se enamora de ella y su misterio, pero solo se limita a suspirar y a hacer cábalas sobre ella. El lector no la conoce y se intuye que el narrador tampoco. Es un capricho que se exagera hasta el absurdo y sobre todo, el aburrimiento. Esta relación no ayuda a la historia a avanzar, no aporta nada nuevo sobre los visitantes, ni siquiera ayuda a poner en perspectiva el invento. Sin ella, la historia no solo no perdería nada, si no que creo que ganaría.
A pesar de esta relación exagerada, sí me gusta cómo el narrador se relaciona (o deja de relacionar) con el resto de visitantes. Me hubiera gustado que Morel hubiese tenido un poco más de presencia, y sobre todo, no marcada por los celos ciegos del narrador, pero su escena final es grandísima.

La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares, reseña-opinión
Sawyer, de Lost, leyendo este libro.
Empecé este libro porque lo encontré listado como literatura steampunk, y tenía mucha curiosidad. Obviamente, cuando Bioy Casares lo escribió en 1940 no estaba pensando en el steampunk, pero creo que sí podemos ver muchas influencias de la tecnología analógica y la ciencia ficción de los 50 años anteriores. No puedo contaros cuál es el invento de Morel porque destrozaría la novela, pero a los lectores de la ciencia ficción que juega con los inventos mecánicos, con el vapor, con un poco de fantasía y no tanto con su precisión científica les va a gustar.
A mí, como dije antes, me dejó con dos impresiones muy diferentes: el misterio, la isla y el invento me encantaron, mientras la retórica y las relaciones entre personajes no me convencieron. Estoy segura de que es este tipo de que obras que, conociendo el final, agradecen una segunda lectura y el misterio se interpreta de una manera muy diferente.

La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares se publicó por primera vez en 1940. Actualmente se puede encontrar en muchas ediciones de diferentes editoriales, normalmente junto a otras obras breves.

1 comentario:

  1. ¡Hola!
    Me encanta Adolfo Bioy Casares, sus libros me resultan muy especiales y entretenidos.
    Un beso y gracias por la reseña.

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Suficiente blog por hoy. ¡A escribir!