1 de mayo de 2012

La Guerra de las Pollas Extraordinarias - Micro III

Querían ser como los hermanos Wright. Separarse del suelo y ser libres como los pájaros, volar hasta perderse en el horizonte, tocar las nubes con los dedos. Querían dejar de mirar al cielo como algo inalcanzable, y dejar de pensar en los pies como dos bloques de piedra que les impedían alcanzar su libertad.
Querían volar junto a las hojas de los árboles, peinarse con el viento de las mañanas, olvidarse de tener que usar zapatos, siempre tan duros y tan incómodos. Si eran capaces de levantarse del suelo, dejarían de estar atados a una vida de ser humano, tan decadente, tan artificial y tan injusta.
Durante el curso, las explicaciones de los profesores perdían cualquier interés que pudieran haber tenido en favor de los planos en los que trabajaban. Y durante el verano, prefirieron cerrarse en el garaje con el aire acondicionado a ir a deshidratarse al sol de una Andalucía todavía libre y muy calurosa.
Por fin, un día a mediados de septiembre, a pocos días de empezar el curso, su criatura estuvo lista. Era apenas un armazón de palos y tubos robados de obras y un par de telas gruesas, pero volaría. Y cabrían los dos.
Ilusionados lo sacaron con cuidado del garaje. Delante de sí había un gran olivar, con sus árboles bajos y poco frondosos. A lo lejos se distinguían las casas de otro pueblo, pero no llegarían tan lejos; por lo menos no esta vez.
Chikein se subió primero, mientras Ragna empujaba para coger impulso. Una vez que el avioncito casero hubo cogido un poco de velocidad, el novato mecánico se subió de un salto, mientras Chikein tomaba entre sus manos las palancas que servían de mandos.
El aparato siguió corriendo cuesta abajo, hasta llegar a la pequeña rampa que habían preparado para despegar. Llegaron un poco escasos de impulso, pero los cinco metros que habían calculado que podrían recorrer los habían superado. Luego, con un golpe fuerte y varios rebotes, el avioncito tocó con el suelo y volcó. Salieron disparados, algo semejante a volar.
Más allá de desesperarse por no haber podido seguir a los pájaros migratorios, sonrieron satisfechos. Habían construido su propia máquina, y habían conseguido que volase.
Pronto el on my own I’m finally free se convertería en simplemente I’m free.

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